Historia

Historia

» Por: Hernando Sanabria Fernández.


Capítulo XII.


Movimiento cultural. La narrativa de ficción. Novela y cuento. La poesía. El teatro. Las bellas artes. Los pintores. Los músicos.

La primera novela de autor cruceño fue también la primera novela escrita y publicada en Bolivia por autor boliviano. La novela se llamaba "La Isla", y el novelista, Manuel María Caballero, hombre de mentalidad privilegiada y personalidad de las más atrayentes en la historia cultural del país. Se publicó primeramente por entregas, a la moda de la época, en la revista chuquisaqueña "La Aurora Literaria". La reimprimió después Gabriel René Moreno, con un amable y enjundioso prólogo, en la revista chilena.

Algún valor literario hubo de tener y alguna influencia ejerció en las letras bolivianas, si se considera que el atildado novelista Jaime Mendoza retomó los personajes y la acción de "La Isla", para reproducirlos en su magnífica novela "El Lago Enigmático", publicada en la década de los años treinta de nuestro siglo.

En 1879, un escritor que esconde su nombre bajo el corto pseudónimo de "R", publica en folletín de "La Estrella del Oriente" una novela breve titulada "¡Viva la Patria!". Sobre fondo histórico local, desarrolla ésta patéticos episodios de la Guerra de la Independencia, no sin fluidez en el relato e interés en la trama.

Es preciso que pasen treinta años para volver a encontrar cultores de la ficción novelesca. Hacia 1910, Emilio Finot publica en la prensa nacional y en la revista porteña "Caras y Caretas" cuentos de estilo amatorio y sentimental, escritos con pulcritud y diestro manejo del idioma. Años después Carmelo Ortiz Taborga apunta con una novela corta que, bajo el título de "Simiente que no muere", es publicada en Buenos Aires, en la pintoresca colección, entonces a la moda, llamada "La Novela del Día".

Por el mismo tiempo publica en la prensa amenas narraciones del mismo género doña Blanca Catera de Herrera, algunas de las cuales fueron premiadas en sendos concursos.

Dos novelas de largo aliento diseñan con maestría el paisaje de la tierra e interpretan con realidad y animación el alma de sus gentes: "La Virgen de las Siete Calles", de Alfredo Flores y "Tierra adentro", de Enrique Finot. Éste, que había escrito "El Cholo Portales", novela de crítica social, en "Tierra adentro" vierte el primor de su ingenio y se muestra gran conocedor de la psicología de sus conterráneos.

Otero Reiche, poeta por sobre todo, se inicia en el género de la narración con "Carne de Política", novela breve del tipo costumbrista, y escribe después cuentos de la misma sustancia como "La Tijera y Matilde la modernista", culminando en el género con "Sacrificio de la Tierra", novela de la guerra del Chaco.

Otro poeta, Enrique Kempff Mercado, publica en 1946 un libro de cuentos intitulado "Gente de Santa Cruz", en el cual se muestra como agudo observador y diestro esbozador de tipos populares. Hubo de superarse y rendir mucho más y mejor en capacidad creativa, técnica narrativa y delineamiento de caracteres, en "Otoño Intenso", su segundo libro de cuentos. Se acrecienta la superación en "Pequeña Hermana Muerte", novela de corte moderno que ha merecido elogiosos comentarios de la crítica, así nacional como extranjera.

Antonio Landívar Serrate es autor de "Lunares en el Alba", primicia en el género, cuyos cuentos, breves y jugosos, se hallan empapados de una sutil melancolía. Se ha superado posteriormente como narrador, y con las nuevas producciones de su ingenio ha dado a la estampa una bella colección bajo el título de "Carretones sin bueyes". Varios de estos cuentos son dignos de la más exigente selección antológica. Napoleón Rodríguez, fino observador y dotado de exquisita sensibilidad, compuso hasta una veintena de narraciones de la especie. Severo Vázquez Machicado, con castizo estilo y singular donaire, esboza en sus cuentos el lado liviano de la vida y posee la cualidad nada común de la jocosidad espontánea y elegante.

A una generación posterior a la de los precedentes pertenece Óscar Barberí Justiniano, que discurrió primeramente por los senderos de la poesía. Ha dedicado su madurez literaria al género novelesco, en el cual se perfila como hábil pintor de caracteres y fino perceptor de psicologías. Comenzó con "Zapata", una especie de crónica novelada, y siguió con "El hombre que soñaba", "El Reto" y "Su hora más gloriosa". También contiene la novela que da el nombre a la obra y nueve vigorosos cuentos, de entre los cuales sobresale "G. A. Sumersomfv ha muerto", por su vibrante originalidad y esotérica trama. En su última novela, intitulada "Yo, un boliviano cualquiera", ha merecido notable difusión aun fuera del país.

Cuentistas de calidad son Pedro Rivero Mercado, con piezas del género señaladas por el donaire y la gracia, y Orestes Harnés Ardaya, apasionado de la tierra natal, a la que describe con profuso colorido.

De entre las promociones de los últimos años son dignos de mención Edgar Da Silva y Alberto Descarpontriz. Párrafo aparte merece Alejo Melgar Chávez, meritorio autodidacta, dedicado por sobre todo al recojo de las consejas y los tipos populares y a la narración del tipo folklórico.

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A empezar de José Manuel Baca, el popular Cañoto de la tradición romancesca, poeta, músico y guerrillero de la patria en uno, la poesía se manifiesta en el estro de exquisitas personalidades. En mitad del pasado siglo y hasta el día de su sacrificio en el Paraguay, Tristán Roca vierte en las ánforas del verso su numen de romántico. Aparte esto, traduce a Byron y a Lamartine y compone la letra del primer Himno Cruceño.

Lo siguen, en orden cronológico, Prudencio Vidal de Claudio con sus composiciones de motivos piadosos; Gil Antonio Peña, que juega con la rima en sabrosas humoradas; Pacífico Roca, temperamento sensible y melancólico, cuya larga producción se conserva inédita hasta hoy en tres gruesos volúmenes manuscritos, y Felipe Leonor Ribera, la personalidad más brillante del grupo, estricto en la forma y conceptuoso en el fondo, diverso en la inspiración y uniforme en la riqueza de la frase.

Hacen su aparición a lo último del siglo pasado y descuellan en los comienzos del presente Lizandro Guzmán Rosell, Adrián Justiniano y Manuel José Parada, cantores de las ternezas pueblerinas y los afectos familiares, cuya producción engalana las columnas de las gacetas de la época.

Emilio Finot debuta en la prensa periódica y publica su primer tomito de versos a la edad de diez y seis años. En lo que sigue de su corta pero brillante trayectoria, amplía su visión de la naturaleza, su sensibilidad se refina y su expresión adquiere la tonalidad de la música. Muere a los veintiocho años, dejando una copiosa obra que, a más de lo poético, discurre en la historia, el ensayo, la bibliografía y la colección antológica.

Dos poetas de tendencia nativista vienen tras de él en orden de aparición en público: Plácido Molina y Marceliano Montero. Escribe el primero, versos de inspiración vernacular, muy celebrados, y trabaja el segundo en el pintoresco poema "Paquito de las salves", acaso la expresión más original y valiosa de la poesía boliviana del género.

La generación siguiente está representada por Rodolfo Astete, muerto en los albores de la juventud; Mario Flores, autor del libro "Caja de Música", que contiene inspirados versos, y Rómulo Gómez, espíritu de exquisita sensibilidad, burilador atildado de la estrofa y bohemio romántico y elegante. Gran parte de la producción de éste fue publicada en la prensa, pero lo más valioso y completo de su obra es póstumo y consiste en dos volúmenes editados con los nombres de "Rómulo Gómez y su obra poética" y "La Ronda de Rómulo Gómez". Por el mismo tiempo hacen su aparición tres poetas de escasa pero meritoria producción: Eduardo Peña Landívar, Rubén Terrazas y Aurelio Durán Canelas.

Con posterioridad a los anteriores, la lírica cruceña contenida en vasos de factura novedosa, tiene esclarecidos representantes en Raúl Otero Reiche, multiforme, original y proteico, tenido por uno de los poetas modernistas de más alto vuelo en el país; Antonio Landívar Serrate, delicado y sentimental; Enrique Kempff Mercado, de numen vigoroso que se vierte en acicaladas frases y en dulces sonoridades; Julio de la Vega Rodríguez, poeta del altiplano, pero en cuya opulenta frondosidad verbal se advierte su raigambre en el trópico nativo, y finalmente, Germán Coimbra Sanz, forjador de pulidos romances, que sirven de continente a novedosas imágenes donde campean la gracia y el ingenio. Su libro "Mientras tanto" es un dechado de galanura literaria, gracia chispeante y sabor puebleño.

En la adolescencia y la juventud frecuentaron el trato de las musas, y se apartaron luego de ellas para poner el intelecto al servicio de la judicatura, el periodismo y el ensayo, Remberto Prado, Leonor Ribera Arteaga, Heberto Añez y Clovis Jordán. La atildada producción de éstos se halla dispersa en periódicos de treinta o cuarenta años atrás.

Alterna las faenas jurídicas y las de la docencia universitaria con las del cultivo de las bellas letras, un joven poeta de las nuevas generaciones: Óscar Gómez. Aunque escasa su producción, se releva ésta por la hondura del pensamiento y la plasticidad de las imágenes.

A la misma promoción pertenece Óscar Céspedes Azogue, poseedor de un notable caudal lírico y bocetador de paisajes de vigoroso colorido y pomposas imágenes.

Después de haber cultivado el género lírico con cierta propensión a la efusión sentimental, Pedro Rivero Mercado ha convergido hacia el verso de sustancia irónica y festiva, en el que demuestra chispa, finura y gracejo criollo. Ha hecho famoso su pseudónimo de Gustavo Adolfo Baca, con el cual va por el "cuarto tomo" de una serie de divertidas "Cien Mejores Poesías".

Pertenece a la misma promoción Mario Darío López, galano, sagaz, meditativo y feliz orfebre de la difícil y complicada joya del soneto clásico. Igualmente, otros cultores de las bellas letras como Rafael Peña Ibáñez, Gonzalo Soliz Rivero y Alejandro E. Parada, asimismo animosos periodistas.

Guillermo Burton Rodríguez, un caso singular de autodidacta, vierte en estrofas de elegante factura un numen de delicadezas y emociones.

Discurre por el mismo y aun por otros, Gustavo Diescher Montero, no tan expedito en franquear la producción propia como en dar vida y calor a la ajena por el donoso medio de la declamación. Es el animador y mantenedor del grupo que en los días actuales congrega a la gente de arte y letras de Santa Cruz: La Sociedad de Escritores y Artistas.

En mencionando a este grupo, sería injusto omitir a Nataniel García Chávez, poeta de honda inspiración que, aunque oriundo del Beni, gran parte de su vida y de su obra tienen por escenario la tierra cruceña.

Igual puede decirse de Roger de Barneville, riberalteño de nacimiento y conspicuo miembro del mismo grupo. Ingenio brillante y cuentista preciosista y sutil, es en este género uno de los mejores con que cuenta el país. Lleva publicados volúmenes de producciones del género con los pintorescos títulos de "Costal de Limosnero", "Ni tambores ni trompetas", "Ensalada Rusa" y "Sucedió en Cambilandia".

No ha sido ajena la mujer a los arrobos de la lírica. La sintieron y la expresaron en donosas estrofas Carmen Peña y Delfina Durán, en el pasado siglo, y Leocadia Ibáñez de Barberí en los comienzos del presente. La siente y expresa hoy Elvira Ortiz de Chávez.

La formación y actuación de la rueda cultural femenina que lleva el nombre de "Mesa Redonda Panamericana de Señoras", ha revelado a mujeres cultoras de las letras, de quienes, es placentero ocuparse, siquiera sea con la simple mención de sus nombres. De entre ellas se ha citado a algunas en otras a partes de estas notas. En cuanto respecta a poesía, satisface mencionar a Mireya Velasco de Rubín de Celis y a Eda Aguilera de Arce.

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El género teatral, bien que en reducido número, ha tenido también felices cultores. El historiador Durán Canelas escribió e hizo representar piezas de ambiente histórico local como "Warnes y Aguilera", "La Cabeza de Warnes" y "La Muerte de Aguilera". Con obras de igual fondo argumental empezó Emilio Finot, cuya primera obra del género, "Ana Barba", reveló su capacidad en el manejo de la acción teatral. Siguieron a ésta otras y luego la comedia de costumbres "Falso Brillo".

Antenor Caballero Z., buen militar y no mal poeta, escribió "El Nido Deshecho" y "Perjurio Castigado". En sus jóvenes años de sacerdote, el arzobispo Daniel Rivero compuso y llevó a escena obras de tema religioso como "Catalina de Aragón y Enrique VIII" y "El Ingrato". Mario Flores, cuya obra empezó como poeta, dedicóse en Buenos Aires a la comedia ligera, y a partir de un sabroso y picante "Fray Milonga" obtuvo en aquella ciudad resonantes triunfos.

Raúl Otero Reiche, en los días actuales, ha puesto en trama escénica pintorescos cuadros de la vida regional con los títulos de "El Guajojó", "Otra cosa es con guitarra", "La Serenata", "El Buri" y "La Pascana".

Con la misma modalidad temática y mayor dominio del arte teatral, el poeta Germán Coimbra Sanz empezó a mostrarse como feliz cultor del género. Debutó con "El Bibosi" y siguió dando a la escena finas y graciosas obras como "La Viudita", "La Monja Siracua", "Buscando Estrellas", y piezas de hilarante comicidad como "Cambas Patazas".

En los últimos tiempos Raúl Vaca Pereira ha satisfecho al público con sus divertidos sainetes "Al Son de la Tambora" y "El Buri".

En este orden de cosas vale hacer particular mención del Teatro Experimental Universitario, que dirige el animoso amateur Humberto Parada Caro. Aparte de las meritorias actuaciones de este conjunto en la representación de obras conocidas del teatro internacional, débese a él la iniciación de nuestros autores noveles.

Alguien que nombrar no quiero y ha pecado mucho por atreverse a invadir campos de diversa actividad cultural, ha aportado al teatro con obras no llevadas a la imprenta, pero sí al escenario, como "Aguilera", "La Noche cae en el Jardín y Alihuatá", y comedias ligeras como "Seis Cachafaces en busca de auto".

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El temperamento de nuestras gentes, sensitivo de natural y pronto a las emociones de lo bello, no ha podido menos de determinar exquisitas manifestaciones en la plástica y en el ritmo.

El pintor más antiguo de quien se tiene noticia es Tomás Rojas, artista que se hizo a sí mismo, sin otros maestros que la espontánea sensibilidad y la inspiración. Hacia la mitad de la anterior centuria pintó retratos y efigies religiosas, entre los primeros uno de monseñor José Andrés Salvatierra, que se conserva en el convento de San Francisco, y otro del prócer de la independencia D. Antonio Vicente Seoane.

Cronológicamente le sigue Manuel Lascano, pintor y grabador, el primero que hubo de esta especialidad, y cuyo temperamento de artista mostróse también en la música y en la representación teatral.

Pintor de no despreciables méritos fue Froilán C. Jordán, quien después de realizar variadas obras al óleo y a la acuarela dedicó su mayor actividad a la cartografía. Malek Adel Martínez, discípulo del célebre pintor cochabambino García Mesa, produjo obras de mérito y singularmente retratos y dibujos ornamentales.

En tiempos recientes se han distinguido: Casiano Vaca Pereira, retratista fino y de gran sensibilidad; Armando Jordán, retratista y paisajista de línea académica y elegante colorido; Adolfo Román, dibujante inspirado y animoso.

La generación nueva tiene un exponente de alto vuelo y magnitud brillante en la personalidad de Lorgio Vaca, pintor que goza de amplia como merecida fama por más allá de las fronteras nacionales. Su capacidad de muralista se ha demostrado al máximo en el mural que tomando la tradición y la dinámica social como motivos artísticos y valido de novedosos elementos materiales, acaba de elaborar en el Parque del Arenal.

Otros valores jóvenes son: Herminio Pedraza, que a su manera surrealista interpreta sutilmente el alma y el paisaje de nuestra tierra; Julio Román, dibujante de trazo firme y línea académica; Ángel Jordán, paisajista de suave colorido y Ricardo Kuramoto, de atrevidas concepciones y líneas revolucionarias.

Formados en la Escuela de Bellas Artes local, con el maestro Chuquimia, han aparecido en la última década varios jóvenes escultores de gran poder creativo y atrevidas concepciones. Ellos son Marcelo Callaú, David Paz y Mario Mercado. El primero, asimismo original pintor, ha merecido el premio nacional de pintura de 1977. El segundo es autor del "Cañoto", el "Guerrero Chiriguano" y la "Madre India", que se destacan en las principales avenidas de esta ciudad.

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Desde principios de nuestra vida independiente, la música ha tenido felices cultores, no solo en la interpretación, sino también, lo que vale más, en la composición.

Larga sería la cuenta de ellos, y hemos de limitarnos solo a quienes han llegado a alcanzar alguna nombradía. El primero a quien vale citar es Cañoto, el héroe popular, de quien conocemos dos tiernos y melancólicos yaravíes, conservados gracias a la minuciosa curiosidad de Prudencio Vidal de Claudio.

En el segundo tercio del siglo XIX aparece un don José Manuel Videla, hábil guitarrista, cuyo nombre conserva la tradición popular junto con su fama de galán pendenciero y cierta curiosa conseja que refiere el desafío a pulsar las cuerdas con un misterioso personaje surgido de entre las sombras de la noche, como en el caso del Santos Vega argentino.

Decisiva influencia en la difusión de la buena música y la formación de artistas, tuvieron en el último cuarto de siglo aquel, dos músicos extranjeros, el brasileño Augusto Nery y el paraguayo Feliciano Cabral.

A fines del mismo siglo actúa el maestro de banda Alejandro Pérez, autor de valses que en su tiempo gozaron de alabanza y difusión. Hasta donde tenemos averiguado, fue éste quien compuso la alegre y siempre estimada pieza de nuestro repertorio folklórico llamada "El carnaval grande".

Por la misma época surge Susano Azogue Moreno, artista, el más notable de los hasta entonces dignos de mención. Organista y violinista, fue durante años maestro de capilla de la catedral, y por este ejercicio dedicóse a la composición de música religiosa. Se conoce de él una misa en honor de Santa Cecilia, el "ordinarium" de una misa solemne a dos voces y un motete con el título de "Hijas de Jerusalén".

En lo que corresponde al presente siglo, es justo hacer mención especial de tres músicos extranjeros, a cuya actuación y escuela debe mucho el arte musical en Santa Cruz. Ellos son: el italiano director de banda César Manzoni, el violinista y maestro de teoría chileno Abelardo V. Gandarillas y el profesor francés Gastón Guilleaux, autor este último del himno departamental.

Mateo Flores, el popular "Negro Mateo", llena cincuenta años de vida social cruceña como amenizador de fiestas y solícito cultor de la música. Sus alegres carnavales están prendidos a la memoria del pueblo como expresión de jocundia y terneza.

El coronel Juan Franco Román, pianista de brillante ejecución, en la que perseveró hasta el fin de sus días, compuso algunos aires marciales y una bella y sentida "Marcha Fúnebre en do menor".

Modesto maestro de banda y tocador del octavín, Víctor Ardaya tiene el mérito de haber introducido en la ciudad el taquirari, pieza de origen vernáculo, que hoy tiene tan general aceptación.

Tres damas hacen honor a su sexo como diestras ejecutantes e inspiradas compositoras: Augusta Justiniano de Gil, que dio a la estampa en Buenos Aires un grueso álbum con creaciones de su ingenio; Julia Barberí de Molina, autora de valses y canciones notables por su sencillez y terneza y Elvira Ortiz de Chávez que tiene compuestos valses y canciones de hondo contenido emocional.

Otras damas que se han distinguido o se distinguen aún como felices ejecutantes son: las señoras Amalia Franco de Arano, Candelaria Parada de Tomelic, Isidora Vázquez de Méndez y Josefa Soruco de Caro y las señoritas Feliciana Rodríguez y Amalia Caro.

Susano Azogue Rivero es, seguramente, el músico de mayor capacidad con que hoy cuenta Santa Cruz. Ejecutante de no escasos méritos en cuatro o cinco instrumentos, descuella como compositor. Sus creaciones de gran riqueza tonal y expresiva ternura, son múltiples en la forma y la modulación. Ha sido premiado en varios concursos, tanto locales como nacionales. Tiene escritas buena cantidad de piezas de repertorio internacional y, sobre todo, aires nativos, a los que ha dado jerarquía y grave contextura melódica. Es notable, entre muchas, su "Variación sobre Aires Chiriguanos".

Director de banda y hábil cornetista, Eduardo Rivero tiene compuestos varios aires marciales, un "intermezzo" con el título de "Ojos Verdes" y la fantasía "Gabriel René Moreno".

Otro director de banda militar, Casiano Columba, ha aportado en los últimos años con composiciones de textura seria, basados en aires aborígenes chiquitanos. Aparte su múltiple obra de música bailable, es autor de una suite intitulada "Chiquitos", una "Danza Indígena", jugosa y ondulante, y una fantasía con el título de "Mañana de Cacería en Roboré".

Hay músicos populares que se esfuerzan buenamente en la composición de aires nativos. De entre ellos, que son muchos, vale citar a Zoilo Saavedra y Orlando Rivero, el popular "Pan de Arroz" de los buris con colorido local. Ambos han merecido los honores de la grabación en discos, dirigiendo sus respectivas bandas.

Godofredo Núñez se dio a conocer con un pequeño álbum de composiciones propias y el título de "Himnos y Canciones Escolares". Su capacidad creativa y, con ella, su fama, se han acrecentado en los últimos años. Es autor de alegres y bulliciosos "carnavales" de gran aceptación en el pueblo, como el respingado "Jumechi".

Nicolás Menacho es compositor de categoría y creciente popularidad. Sus composiciones de música nativa y criolla, estilizada con muy buenos recursos melódicos, gustan en todo el país. Dio a la estampa, hace algunos años, un álbum con el nombre de "Melodías Cruceñas" que se agotó en corto tiempo. Varias de sus creaciones han merecido la grabación y, por ende, la merecida difusión.

No es admisible hablar de música cruceña, sin referirse a Gladys Moreno, la cantante de la bien timbrada y flexible voz, que goza de celebridad nacional y es considerada, en su estilo y género, como la mejor del país.

Si de intérpretes de la música ha de tratarse y en los tiempos que corren, corresponde mencionar en este final a los que cultivan el estrepitoso y hormigueante género beat, tan a la moda y tan caro para nuestras juventudes de los largos cabellos y las cortísimas faldas. Sobresalen entre éstos los jacarandosos "Dalton", triunfadores en un certamen nacional de la especie, los "Black Stone" y "Los Cambitas". Como solistas, que hoy se dice "vocalistas", han cobrado notoriedad Pedro Flores, que participó en el cine nacional, y Yerko, que actúa en Buenos Aires.

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En relaciones nominales como las anteriores suele casi siempre incurrirse en omisiones, a las veces lamentables. La observación cabe para en el caso de que el autor de estas notas hubiera tenido deslices de esa naturaleza. Y va la excusa y el pedido de disculpas ante quienes hayan sido injustamente omitidos.


Fuente. Libro: Breve Historia de Santa Cruz. Año: 1998. Autor: Hernando Sanabria Fernández. Librería Editorial Juventud.


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