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Santa Cruz: Ubérrima Opulencia Natural.


Foto: Serranías chiquitanas y el valle de Tucabaca. Autor: Willy Kenning.

Hoja por hoja, pétalo a pétalo, deshoja la Rosa de los Vientos, haciendo alarde de su dominio de los puntos cardinales. Capitanea planicies infinitas, celebra selvas, pampas, ríos y montañas, conoce todos los climas, todos los reinos, todas las estrellas, las lunas y los soles, todas las noches y los días. Se regocija bajo lluvias de esmeraldas al amparo de la sombra protectora de la Santa Cruz.

Se ubica graciosamente en el epicentro mismo de Sudamérica, en el corazón del continente más virgen, puro y bello de cuantos emergieron de los mares, en un emplazamiento natural de privilegio. Es lugar de encuentro de los principales biomas que adornan esta región interior, de los que ostenta las más conspicuas señas de identidad, y cuyos atributos amalgama en perfecta síntesis.

Orgulloso portador de una esencia común y a la vez distinta a la de las comarcas contiguas, con un marco geográfico imponente y único, Santa Cruz es un departamento pletórico de expresiones extremas: preside la precisa región en la que se resuelve la tensión entre las dos principales cuencas hidrográficas del subcontinente; ocupa la latitud misma en la que el espinazo cordillerano andino cambia súbitamente su rumbo; alberga las más fulgurantes y mejor conservadas porciones de los paisajes bioclimáticos mayores de Sudamérica; y es, inclusive, vecino de la orilla occidental del acuífero subterráneo más abundoso y generoso del planeta.

Es Santa Cruz, tierra santa de toda santidad, reproductora de milagros, de bosques extensos, diversos y encantados, de vastas sabanas y densos chaparrales, de insondables humedales, de impetuosos y mansos ríos, de plácidos lagos y misteriosas lagunas.

En Santa Cruz se multiplican y nombran los biomas y las ecorregiones, y se adjetivan hasta el lirismo, épicamente, sin perder noción de sus utilidades prácticas: la parte más austral de la Amazonia suroccidental que nos toca, ubérrima, íntegramente comestible, repositorio mayor de medicinas, descomunal depósito de carbono, de hercúlea fuerza hidráulica. El Chaco, bosque de dureza inquebrantable, de tierras ásperas, áridas y ríspidas, de arenas que se tragan ríos, de subsuelo promisorio y profundo. El Pantanal nos acompaña como reino de las aguas, con sus interminables bandadas de aves y sus horizontes poblados de palmeras, con peces en permanentes parábolas acrobáticas y reptiles sigilosos, inmóviles en la canícula estival. El bosque seco que cubre la mayor porción del territorio cruceño es el del pasado, presente y futuro chiquitano, casi endémico, en transición de la Amazonia hacia el Gran Chaco, como arco pleistocénico ubicado al margen de ambos biomas. A su vez, su vecino y pariente lejano, el Cerrado, es el territorio donde la vegetación se hace dispersa y adapta su corteza para dominar el fuego. Los Yungas son bosques de neblina en los que los árboles desaparecen bajo finísimas epífitas -"bóvedas incrustadas de rara pedrería"(1)-, mientras que los valles interandinos dan forma, sustrato y sustento a los ríos que corren por su fondo hasta que logran salir a la llanura, y el Bosque Boliviano-Tucumano nos visita fugazmente con la larga y penetrante sombra con que acompaña los últimos contrafuertes andinos.

La totalidad del área de Pantanal que existe en el país, la porción más característica del Chaco Serrano, 20 millones de hectáreas que conforman los dos tercios del bosque seco más extenso y mejor conservado del planeta, el Bosque Seco Chiquitano, y las expresiones más extremas de la Amazonia meridional y del Bosque Boliviano-Tucumano septentrional, las más occidentales y saludables muestras del Cerrado, así como significativos restos de bosques andinos como los bosques de niebla, los Yungas, y hasta fragmentos de quehuiñales o bosques de polylepis, están en Santa Cruz, departamento que se constituye en un particular muestrario de zonas de vida, de ecorregiones y sus respectivos ecotonos y zonas de contacto.

La topografía es igualmente singular: lo que no es cerril montaña, riscoso farallón, suave lomerío o valle estrecho, es una llanura de amplitud y horizontalidad tal que hace inverosímil el fluir de los ríos por la amplia avenida amazónica o por la no menos anchurosa vía platense, que desagotan y drenan el extenso territorio cruceño.

Acamado por un sustrato sedimentario bajo el que subyace una dura caparazón de rocas cristalinas, con sus al menos mil millones de años a cuestas, al noreste, las eternas serranías precámbricas del escudo brasileño contemplan cómo se levantan por el lejano oeste las más encumbradas moles andinas, de más reciente surgimiento, y cómo se yerguen cerca suyo las singularmente bellas serranías chiquitanas -de Sunsás, de Suruquizo, de Lomerío, de Santiago, San José, San Javier, San Miguelito, Santo Corazón y San Diablo, de todos los santos, de Mercedes, de Murciélago, La Cal, El Encanto, Las Conchas, Lúcuma, Chovoreca, de Chiquitos-, la mayoría de ellas orientadas de este a oeste, dividiendo las aguas al centro este de Santa Cruz. Y todas estas sierras, benevolentes, bondadosas, benignas, -¡bellísimas!-, contemplan la formación entre ellas de una interminable llanura, ora boscosa, ora pampeana, ora chaparralosa, por la que discurren serpenteantes ríos en búsqueda del desnivel que los llevará a las impredecibles tierras que por el norte y el sur se acercan y asoman al Atlántico.

Tajos abiertos en la roca montañosa o en la más amable y friable llanura surcan el territorio cruceño constituyendo conspicuas referencias de su abigarrada geografía. Bajan los ríos de los cerros a saltos, impetuosos, se derraman en el llano por angostos portones que les dejan las montañas y que ellos mismos se encargaron de amoldar a sus figuras con el persistente taladro de sus aguas duras, se sumergen algunos incluso bajo arenas terciarias y cuaternarias que les dejan correr bajo ellas, clandestinos, y luego emergen para discurrir a galope tendido por las pampas arboladas hasta, llegando a su disolución en aguas mayores, practicar anchos tajos que los dejen divagar por el bosque manso, desparramados, indolentes casi, como "en fuga vibrátil de sierpe retorcida"(2), escribiendo eses, dejando atrás el ímpetu de sus jóvenes cunas montañeras en pos de las planicies de sus postreros arrebatos.

Expansiones, brazos abandonados, cicatrices fluviales aisladas, depresiones tectónicas o lagunas de naturalezas mixtas -"ríos detenidos desde su infancia"(3)-, salpican también la geografía departamental adornando el paisaje con sus lunas de agua, e invitando a reflejarse en ellas a los seres que los miran desde arriba.

Decenas de lagos, lagunas y lagunetas ofrecen a las aves, que les contemplan desde ángulos cenitales, y a los árboles que pueblan sus orillas, la posibilidad del reflejo nítido en sus quietas aguas. Son los mismos espejos de agua que le ofrecieron a los hombres el asombro de ver por vez primera sus rostros de belleza solar e inocencia lunar, e invitarlos a asentarse en sus orillas como lo revelan los tiestos y otros vestigios de presencia humana encontrados en muchas de ellas.

Corren los ríos con sus olas lamiendo las riberas, y se encrespan las lagunas con el incesante soplar del viento en esta región de superlativos, la de mayor potencial eólico del país por determinación expresa del paredón cordillerano andino que se le antepone para obligar al viento a correr por donde este se lo mande, a su costado, obedeciendo con furiosas señales de protestas el inobjetable sino de su alargada anatomía.

El viento en Santa Cruz predomina de dirección noroeste y es emisario de los alisios que provienen del Atlántico por la vía amazónica, cuando no ha sido derrotado por los "surazos", las advecciones frontales frías que estacionalmente se arrastran desde el sudeste. El empecinado y desapacible golpeteo del viento, con pausas apenas nocturnas, es impulsado y orientado por la cordillera andina que, justo en la latitud en que se encuentra la capital del departamento, cambia su dirección como doblando el codo y nos trae apretujado contra la cordillera un incesable e insaciable viento de dirección noroeste que corre suelto, exacerbado por el enrulado remolino al que le obliga la barrera montañosa, y que solo cede cuando de dirección sudeste se le opone el otro, el contrario, el que viene helado recorriendo otras llanuras y recogiendo mayor ímpetu desde el extremo austral.

El viento corre libre, sin barreras, por las pampas, océanos de gramíneas que apenas le ponen resistencia inclinando a su favor sus vencidas crines de hierbas que alfombran su piso, y despeinando las dóciles cabelleras de las palmeras que como verticales referencias salpican su paisaje, o se filtra silbando locamente, ululando por los bosques aislados o continuos que se presentan de forma repentina donde no han sido vencidos aún por la sabana.

Los vientos alisios del Atlántico pasan sobre la Amazonia y se dirigen hacia el sur describiendo una curva que los acerca a los Andes llevando consigo la alta humedad amazónica y suministrando gran parte de la precipitación que cae en la región central de Sudamérica, que incluye a Santa Cruz. Las lluvias son, pues, compañeras de los vientos, y estos se suelen disipar a nivel local a la llegada de aquellas, que son recibidas con más alivio que molestia.

En Santa Cruz llueve con conducta de régimen pluviométrico tropical, de características monzónicas, con marcada estacionalidad: las lluvias concentradas desde la mitad de la primavera y todo el verano, de octubre a abril, cuando los días son más largos y cálidos, disminuyendo considerablemente entre mayo y septiembre, en el solsticio de invierno, cuando los días son más cortos y las temperaturas más bajas.

Santa Cruz es un departamento "harto de lluvias nuevas"(4), donde llueve sobre mojado, sobre mojado llueve en algunos sitios todas las tardes. Se arma el aguacero, "cruje la ramazón del cielo"(5), la tierra bebe el agua que cae a raudales, "no se harta nunca y goza como bestia en celo"(6). Como si se le hubiese quebrado al "cielo su corazón azul, inmensa cántara llena de luz, de cantos y de estruendos"(7), "rueda la lluvia en limpias cataratas desde los mismos vórtices del trueno"(8).

Entre 600 milímetros anuales al sur extremo del departamento, y cerca de 4.000 milímetros incluso, en cada año, en el sector norte del Amboró, en Ichilo. Las áreas más septentrionales, más orientales y más occidentales son las más húmedas, mientras que el centro y sur del territorio es significativamente más seco.

Llueve, y si la lluvia viene del sur suele estar precedida de "nubes espantosamente negras"(9). El encuentro de los frentes cálidos y los fríos, del viento norte y el surazo, sobre los límites orientales y occidentales de la llanura causa tempestades cinematográficas que merecen ser reproducidas en el guión de una película de asombrosa exhibición en el gran anfiteatro cruceño.

En su fase previa, las nubes cirrosas altas y dispersas, y los estratocúmulos ondulados, anuncian el ingreso de aire frío a mayor altura. Los vientos de componente norte se intensifican con ráfagas violentas persistiendo por varios días, y manteniendo temperaturas aún elevadas. En la fase inicial, la nubosidad alta y media continúa, desaparecen las ráfagas de viento noroeste y pocas horas previas a la entrada del surazo es común que sobrevenga una calma premonitoria, con temperaturas aún cálidas. Llega el surazo, luego, y los vientos cambian con estrépito de dirección, con una nubosidad frontal sureste abundante, con cumulonimbos que, desarrollados en primera fila, provocan el ascenso del aire caliente ante el aire frío del sur y dan lugar a fuertes precipitaciones y bajas considerables de temperatura. El surazo luego se consolida y se queda por entre dos y seis días, si no se renueva con un frente sucesivo, y la nubosidad sigue densa y baja, en su forma de cúmulo y nimbostrato, a veces con llovizna persistente y bajas temperaturas, lo que el léxico local conoce como "sur y chilchi". Al final, desaparecen todos los efectos de las fases anteriores y el cielo se abre con grandes claros que dejan ver la atmósfera azul, soleada y seca, como para que seque inmediatamente la ropa puesta a colgar a la intemperie. Posteriormente, el tiempo despejado y calmo, la temperatura progresivamente más alta y las nubes dispersas en el cielo invitan a salir a volar para observar el paisaje recién lavado.

Precisas y bellas, aunque no por ello más suaves, son las palabras que describen el viento sur como un "libérrimo salvaje dando terribles alaridos de bestia indómita, forcejeando entre los árboles, retorciéndose, anudando su cuerpo de culebra, destrenzándose súbito con chasqueante silbido de látigo implacable"(10).

Surazo, viento diagonal "huyendo sin tino, ciego, extraviado en el profundo caos de la sombra"(11). Surazo, viento feroz en el lomo de "negro caballo escarceador, indómito, crinado de tormentas"(12). Latigazo austral, "madrugador galante de aguas y selvas"(13), prolongación del pampero que corre y corre diabólico por pampas y por bosques, que "riza fragantes cabelleras de espuma y esmeraldas"(14), que hiere a "la gacela aterida con el frío"(15) de la noche.

Los surazos van y vienen, y al margen de ellos las temperaturas del departamento de Santa Cruz expresan una gran amplitud diaria, y promedios de entre 29 y 32 grados centígrados, que confirman su condición de clima subtropical, con extremos de temperaturas bajas que pueden alcanzar hasta los 5 grados centígrados cuando así lo deciden los surazos que llegan en los meses de junio, julio y agosto, principalmente en zonas altas o sureñas donde no son raras las heladas, y también alcanzar registros máximos de hasta 38 grados centígrados, inclusive 40 grados centígrados, en diciembre y enero, en el norte o en cotas muy bajas, como las del Pantanal o las del sur chaqueño. Fuera de los extremos, las temperaturas medias son muy agradables y disfrutables, y constituyen una más de las bendiciones con que ha sido agraciado el departamento.

Llueve y para de llover, ventea y se detiene el viento, es alternativamente cálido y fresco, y en tan propicio ambiente subtropical se desarrollan los distintos tipos de vegetación que hacen tan peculiar y dan tanta fama a esta región. Más de un par de centenas de series distintas de vegetación han sido identificadas para Santa Cruz, así como centenas de sistemas ecológicos y decenas de sistemas de paisajes, todo ello en 9 de las 12 ecorregiones que existen en el país, y decenas de subecorregiones correspondientes, lo que hace inviable que se describan a detalle en esta parte del libro y se dejen para ser fugazmente tratados en partes posteriores, al aterrizar sobre cada área protegida.

Estar en medio de los bosques, observarlos al menos, produce las más sublimes sensaciones. Los bosques de Santa Cruz, aún continuos y funcionales, son "palacios de frágiles columnas"(16) en los que "enormes boas digieren al pájaro de oro"(17), donde "la mosca negra zumba junto a la mariposa de cristalino vuelo"(18), y donde "palpitan en el aire mil trémulas escalas de temblorosos átomos"(19). Son los bosques donde "los maticos se quiebran gorjeando notas de luz en líricas escalas"(20), "nemorosa jungla"(21), virgen insaciable en la virtud, bosques donde todo se renueva diariamente "con nuevo ardor vesánico, surgiendo en nuevas formas y en nuevas emociones"(22), telar verde azulado que "recoge hilo tras hilo las temblorosas redes"(23).

Y las sabanas cruceñas, tipo de vegetación ampliamente arraigado en la región, son las únicas capaces de detener al bosque que solo rompe "sus fuerzas al borde de la pampa"(24). Las sabanas pugnan con los bosques por el predominio del espacio, lo hacen desde hace milenios en una lucha sin prisa y sin pausa en la que algunas batallas las gana el bosque y otras las vence la sabana. Con escenas igualmente dramáticas pero menos cinematográficas que las que nos ofrecen los episodios de lucha entre el viento norte y los surazos, la pugna entre la sabana y el bosque también ocurre día a día, año a año, pero a ritmos más tranquilos, al mismo paso que la evolución del hombre, y el resultado final lo dirimirá precisamente éste, que en los últimos años -y en unas regiones más que en otras-, ha acelerado los resultados en favor del revestimiento de la llanura con incipientes matorrales y verduzca alfombra de gramíneas.

A veces arboladas, a veces solas, a veces con palmeras, a veces solo con arbustos o árboles dispersos de porte mediano y pequeño, a veces rodeando islas de bosque o de palmares, a veces onduladas, a veces planas, a veces inundables, a veces siempre secas, las dilatadas sabanas cruceñas son testimonio de la transición de los bosques amazónicos a las grandes sabanas del sur del continente, las famosas pampas patagónicas, de las que son un anuncio previo.

El sustrato boscoso alto, el chaparral, la sabana arbolada o la pampa soltera, los humedales, el desierto, la montaña y la llanada baja se prodigan en especies miles y en sobresalientes endemismos. Cerca de 1.100 especies de aves en 73 de las 75 familias existentes para el país, 55 especies de palmeras, es decir más de la mitad de las palmas nativas, más de 500 especies de orquídeas, incluyendo las únicas 3 especies de Cattleya que existen en Bolivia, solo para indicar algunos de los taxones más carismáticos, dan cuenta de la gran diversidad del territorio al que se le canta en estas líneas.

Santa Cruz es un muestrario de parabas, incluyendo una endémica y la de mayor porte, un catálogo de los mamíferos del Neotrópico, desde los más pequeños a los mayores, vitrina de descubrimientos y redescubrimientos recientes, escenario de algunas de las concentraciones más grandes de determinadas especies, como los extensos palmares de Copernicia y Attalea sobre los cuales se pueden volar horas y horas, o las multitudinarias reuniones de aves acuáticas del Pantanal.

Extensa como la llanura cruceña es el cielo grande y azul que se proclama en su himno, y estrellada en toda su inmensidad es la noche negra cuando la nívea, láctea y brumosa faja del centro del cielo se rodea de titilantes astros y de siembras de luciérnagas -curucusíes, tapiosíes y otros lampíridos-, que acuden presurosos a mostrar los pausados destellos luminiscentes de sus vientres.

Los atributos extremos y superlativos que adornan esta extensa comarca han creado en el tiempo una poética del hombre cruceño que, azorado por tanta belleza, con su ciudad capital, Santa Cruz de la Sierra, en el epicentro cardinal poético de esta porción de América, hubo de plasmarla en versos y prosa, expresiones de admiración y amor a las que nos hemos sentido impelidos a recurrir en este también deslumbrado libro(*).

Todo está en Santa Cruz y fue dicho por cruceños asombrados por su entorno, ebrios de tanta belleza, atónitos, maravillados e impelidos a expresarse con urgencia y con todas las fuerzas que les permita el alma para cantarle a la tierra y para contarle al mundo que aquí, donde el diablo perdió el poncho, es donde el hombre encontró el paraíso que le diseñó Dios con su firme y generoso pulso.

Santa Cruz es un paisaje tejido por sus artesanas indígenas desde sus múltiples puntos cardinales, cada una con su arte, con sus puntos, con sus colores, un tapete matizado, estampado, recorrido finamente por fibras vegetales, reforzado por lazos de cuero de múltiples hebras, un tapiz tridimensional con planicies y relieves, con simas y con cimas, un sombrero que nos recibe y cubre a todos.

Santa Cruz es, en fin, la inabarcable tierra que nos legaron nuestros padres y abuelos, que la hemos tomado prestada de nuestros hijos y nietos con el sagrado compromiso de devolverla tan rica, encantada y encantadora como la conocimos, bendecida con sus incontables virtudes naturales, pletórica de formas, colores, aromas, texturas y sabores, rebozante de vida, bella como ninguna, autodeterminada y libre, esperanzada en un porvenir de paz y armonía, orgullosa de sus hombres y mujeres, de sus niños y sus ancianos. Con sus picos y sus valles, con su flora y su fauna, sus bosques y sus pampas, sus ríos y sus lagos, Santa Cruz es un pedazo de cielo para el mundo.

(*) El texto general del libro, y de manera especial el capítulo inicial, está salpicado de fragmentos escogidos principalmente de la literatura de dos grandes cruceños, don Raúl Otero Reiche y don Hernando Sanabria Fernández, de quienes tomamos prestada la dote expresiva de sus floridos versos y de su esplendorosa prosa para adornar el libro con sus precisas y preciosas descripciones de nuestro medio natural. Versos y prosa a los que se suman otros poetas y escritores orientales y que se reproducen en este libro marcados por letras cursivas y números de referencia no obstante que se distinguen claramente por sus más poéticos sonidos. Numerosas consultas, a la vez, se han hecho a la obra de científicos locales y extranjeros para precisar términos históricos, geográficos, indígenas y botánicos. Todo ello, incluyendo la vasta literatura técnica y formal consultada, está debidamente referenciado en la Bibliografía de este libro.


Fuente. Libro: Patrimonio Natural de Santa Cruz. Año: 2015. Autor: Gobierno Autónomo Departamental de Santa Cruz. Willy Kenning Moreno.


Foto: Serranía de Caparú, Parque Nacional Noel Kempff Mercado. Autor: Willy Kenning.

Foto: Cajones del río Grande. Autor: Willy Kenning.

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