Poesías

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» Ismael Suárez Roca.


Canto a Santa Cruz.


¡Tierra!,
¡tierra húmeda!,
¡tierra grávida!,
¡tierra firme y tierra hermosa!.

¡Cómo aprisionar de un sólo golpe el acento de tus rayos
y el ritornelo quejumbroso de tus columbinas!.

¡Cómo engarzar en los cuarteles de tu señorío,
a la vez tu ibérica estirpe
y el "allegro con fuico" de tus guitarras insomnes!.

¡Cómo, cómo Dios mío,
cantar tu excelsitud!.

¡Yo que he visto tus inmensos campos
y tus bosques,
anegarse en la sangre de la Primavera;
campos de leche,
bosques ahitos de miel e incomparable fauna!.

¡Yo que he visto el milagro omnipresente
de la semilla que revienta
caída al azar en tus breñales!.

¡Cómo, cómo Dios mío,
cantar tu excelsitud!.

¡Ríos;
ubérrimas praderas;
madera y tempestad
"bajo el cielo más puro de América";
el viento y la lluvia y la caobana secular;
mis pies se han abrasado y mis huesos se agrietaron
al ímpetu salvaje de tu indomable Sol!.

¡Amarillo, verde y rojo en todos tus confines;
vida que eclosiona y que se eleva
en un vaho calcinante de vapores!.

¡Ahí va la caravana interminable
de tus excelsitudes!.

Oro verde y oro negro
y la mies que nutre y que da vida,
son parto indoloro de tus entrañas feraces.

¡Así camina, se ensancha y se dilata
la caravana interminable
de tus excelsitudes!.

Regueros de sangre de heroicos centauros,
bañaron en gestas gloriosas
tu abdomen fecundo;
y por siempre sellaron tus cachorros
el temple toledano de sus nervios.

También: ¡Oh maravilla de la raza hispana!,
hay ternura sedeña
en la erecta plenitud de tu músculo firme,
bajo el tendón potente;
y una muchedumbre inacabable de ojos soñadores,
reteñidos al jugoso corazón del ébano,
parieron tus entrañas prodigiosas
para tu porte gentil de Andalucía.

¡Ay, Diosa y milagrera virgencita de Cotoca:
cómo se escuchan las vihuelas,
bajo el balcón florido, cuando canta el gallo,
y cómo se entornan las ventanas de tus viejos caserones,
mientras que en Las Siete Calles,
galopan su compás de cascabeles,
Siete Carnavales!.

¡Señor: yo me conmuevo;
mis sienes hirvientes palpitan con ritmo de recuerdos;
yo me rompo los dedos
y sonora mi sangre golpea,
cuando alargo mis ansias para morder tus senos,
y apagar mi sed con tus sueños de grandeza!.

¡Socórreme, Dios mío,
para cantar tu excelsitud!.

¡Déjame que enloquezca, Tierra Mía,
al hilvanar mis desgarbados versos;
y deja que el casco de piafante bestia,
eco se haga, canoro y retumbante
en el horizonte de tus lejanías!.

¡Santa Cruz de la Sierra, Tierra Mía,
vertical a la ardorosa cumbre,
ubre futura de la Patria entera!.

Bajo esta luna extranjera,
terminado mi canto y con nostalgia,
detengo mi corcel de belfo palpitante;
y con la mano extendida,
sin medir la estrofa,
con la ominosa visión de tu infortunio,
seguiré soñando,
mientras la hipnósis del recuerdo
aletea en mis párpados,
en tu asombroso porvenir cercano.

¡Yo te saludo y te canto, Tierra Mía,
con el estro caldeado de emoción,
que se penetra, y se expande, y señorea
hasta en los pliegues más recónditos de mi alma,
pedazo de tu alma!.


Fuente. Libro: Poetas Cruceños. Año: 1983. Autor: Orestes Harnes Ardaya. Editorial Serrano.


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