Poesías

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» Julio De La Vega Rodríguez.


Improntus de mi infancia en Santa Cruz.


¿Por qué me enciende el corazón,
el sólo imaginar
un viento huracanado doblegando palmeras;
por qué me sale un canto por la boca,
como erosión de manantiales,
al decir Santa Cruz?.

Será porque mi grito,
el primero de todos,
bocanada inicial del aire de la vida
o caída de bruces en zambullidas a la luz,
lo dí entre manotadas por atrapar el aire
que un beso me brindabas inaugurando el beso de mi madre
y el paso debutante en mis auroras ya supo de caricias
porque al dejar huellas pequeñas en la arena
una temperatura de jaguares,
un vaho cálido de impulsos sobre el hombro,
una surgencia vital hecha de raíces,
de hálitos vegetales,
de alfombras verdes
y ardientes soplos
diseminando el pólen oloroso
me trepó todo el cuerpo...

Supe que me nacía el olfato
y el pólen eras tú mi Santa Cruz
ciudad nativa de mi infancia,
tú mi primer zapato de dedos
imprimiéndose en la tierra,
tú estrenando en mi oído
un sonido de grillos
la guitarra minúscula del grito...
tú iniciando mi tacto
sobre la piel de víboras,
ondulantes alambres que colgaron mis sueños
cuando aprendí a cerrar los ojos...

Y me enseñaste a ver
levantando telones de platanales intrincados,
principiando un crepúsculo de hachazos
al pecho de la tarde,
dilapidando rojos horizontes
para que aprenda lo útil de los ojos,
rasgando un toldo de colores
que ocultaba florestas,
escuadras de tucanes aterrizando auroras...

Y comenzaste el gusto de mi lengua
abriéndome naranjas,
precipitando lluvias en mi rostro
cuando de cara al cielo te esperaba,
metiéndome las gotas en los labios,
amarrando enramadas en mis dientes,
dándome a paladear frutas silvestres...
pero no es porque yo haya visto la estrella
que me abrió las pestañas
llegándome en oblicua línea de tu cielo
ni porque el trueno primordial
y el chaparrón del trópico
se hicieron eco de mi llanto
cuando estrenaba lágrimas
ni porque la tormenta
fue mi canción de cuna
resonando en los techos de lianas,
depositándose en lo hondo del aljibe,
ni porque te miraba sin saberlo yo te quiero,
ni es porque soy tu hijo que te quiero,
ni porque te he hecho mía
desgarrando tus sábanas de hierba
es que te quiero,
es porque tú eres cálida,
porque eres amplia en ramazón de eternidades,
por lo que eres y no por lo soñado
por tu savia perenne alimentando hormigas
irguiendo postes del futuro
cimentando horizontes
para que crezca recta la esperanza,
desgarrando la noche y apadrinando el día,
bañando tu cadera en los arroyos
para que sepa el hombre que está cerca
el día de tocarte,
de germinar en un telón de cañas,
de cruzarte caminos en el cuerpo
de ver crecer desde tus senos
un ancho río que arrastra troncos
para salvar naufragios...

Es por tu ancha falda
por tu sandalia dibujando sus pasos en la arena caliente
señalada de rumbos
y porque tu tendrás que ser de todos,
como el telón que brinda Dios cuando ordena la noche,
como tu misma noche que acaricia recuerdos
y dispone mañanas sin limitarse en ámbitos,
abriéndose al futuro...

¡Es por lo que tú eres, que te quiero, te quiero!.


Fuente. Libro: Poetas Cruceños. Año: 1983. Autor: Orestes Harnes Ardaya. Editorial Serrano.


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