Poesías

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» Oscar Barbery Justiniano.


A Santa Cruz.


¡Santa Cruz!
No te queremos botín de vencedores,
o de arañas inerme y desvalida prisionera.
Tampoco serás campo de combate de oscuras ambiciones,
ni ingenua víctima de dulzones halagos.

Te queremos nuestra y erguida,
segura de tí misma, despiertos los sentidos.
Colocada exactamente en el punto geométrico
donde las corrientes civilizadoras se entrecruzan,
te queremos de pie mirando con confianza al mundo,
extrayendo de él lo necesario a tu grandeza
y dándole con justicia tus mejores frutos.

Hemos cumplido el voto de las generaciones anteriores:
Te conservamos nuestra. Tus campos bendecidos
se agrandan fecundados, y la dorada mies de tus cosechas
se esparcen por un mundo de esperanza.
Tu mensaje es de paz; tu mano se extiende amiga,
mas no candorosa, traspasando la frontera de la Patria
en busca de la respuesta afectuosa de otros hombres.

¡Santa Cruz!
Hemos cumplido nuestra parte del deber contigo.
Nuestra generación labra los campos y demuestra
que todos los frutos de tierra multiplican aquí, y crecen.
Nuestras aldeas se transforman en ciudades;
los caminos agrandan tus fronteras;
nuevas y ricas tierras se anexan a tu antes estrecha economía.

Hemos cumplido hasta aquí.
Se extraen las riquezas del subsuelo ante nuestra mirada vigilante.
Se construyen escuelas; tus hombres aprenden la ciencia que investiga,
carreteras, ferrocarriles y alambres telefónicos aproximan a los hombres.
Nuestra querida capital perfila sus contornos
burilando el ideal de nuestros viejos soñadores.

Hemos cumplido hasta aquí.
Corresponde ahora legar esta herencia a nuestros hijos, diciéndoles:
"He aquí lo que heredamos, lo hemos engrandecido.
Os corresponde ahora acrecentar el patrimonio
y defenderlo así sea con vuestra propia vida".

Santa Cruz nuestra y de todos, conforme al voto
de las generaciones anteriores:
El hombre que afinque en nuestra tierra debe volverse
prolongación humana de su esencia,
conciencia de su ser, voluntad de sus sueños,
inteligencia de su pasión, cerebro de su fuerza.

El hombre que afinque aquí, rodilla en tierra,
debe renovar el juramento del pasado:
No traicionarla jamás, amarla, trabajar en ella
y de ser preciso ofrendarle la vida en holocausto.

¡Cruceño, sempiterno guerrero!
El reto se renueva en otros planos,
el deber es sin duda más difícil.
El mundo se revela más complejo y la lucha
es más sutil y aún insidiosa.

Pero, tranquilízate cruceño inquieto.
Poseedor de una nueva inteligencia, heredero de más fuerza,
tus armas serán mejores que las nuestras.
Si ardiendo en vuestro corazón la vieja llama
tienes voluntad y mente clara y fértil
como la llanura feraz que recibisteis,
tuyo será el porvenir y sonriente
podrás sentarte a la mesa de los grandes
de todos los confines del planeta
a suscribir el pacto del Hombre con el Hombre.

Y un día tú, cruceño, Hombre de esta tierra prodigiosa,
señor por siempre de toda su grandeza,
señor también ya de tí mismo,
podrás participar en la aventura humana
de trascender su mundo y su destino.

Este mandato es sagrado para el Cruceño
de cada generación y en toda época.
Su transgresión se pena con la muerte,
su cumplimiento se premia con la vida.


Fuente. Libro: Poetas Cruceños. Año: 1983. Autor: Orestes Harnes Ardaya. Editorial Serrano.


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