Poesías

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» Rómulo Gómez Vaca.


Desde mi umbral.


Viajero que llegas hasta nuestro lado,
párate un momento; no pases de largo,
la arena está ardiendo; te vas a cansar,
y de aquí es tan lejos a cualquier ciudad.

No importa quien sea el que llega al trecho,
no le consentimos que duerma al sereno,
todos somos hombres. Nuestra choza es vieja,
mas por sus hendijas miran las estrellas.
Su techo defiende cuando quema el sol
y ya es un reparo contra el ventarrón.
Cuando es mucho, llueve más dentro que fuera,
y si allá por junio nos aprieta el frío,
con el fuego se duerme tranquilo.

¡Con franqueza amigo! Que estás en tu casa;
nuestra puerta nunca se encontró cerrada.
Es frugal la mesa, pero alcanza el rancho.
Donde comen dos bien pueden ser cuatro.
Entra con franqueza, que un placer nos dás;
es ley del cruceño la hospitalidad.
Nosotros gustamos de hablar al viajero
porque ha visto cosas que aquí no tenemos;
porque en otros pueblos conoce la vida
y puede enseñarnos lo que se precisa.
Nadie nace sabio; se aprende viviendo;
pero es en el mundo, nunca en este encierro.

Entre bolivianos el cruceño siente
tal vez las ofensas más hondas, más fuertes;
es tipo llanero, es bravo y sencillo,
por eso no esconde, ni miente, ni finge.
Quiere a su Bolivia con amor de hijo
y por ella acepta cualquier sacrificio.
Hoy espera mudo; ¡la hora vendrá
de escribir su nombre en la eternidad!.

¡Oh!, también fue mucho. Fue un crimen atroz
con un pobre pueblo, hermano menor;
con el más ilustre, con el que dio el grito
llamando a la América hacer su destino;
con el más honrado, con el más leal,
el que ardió la hoguera de la Libertad.

Fueron todos, todos. El primero un monstruo,
el roto pirata, ladrón y ambicioso
el del lema infame de "razón o fuerza",
la estúpida fuerza... ¡famosa leyenda!
el que si es preciso, descamina a un ciego
lo ataca, lo tumba, lo mata en el suelo;
el bruto sin alma, sin Dios y sin ley,
que asesinaría hasta a una mujer...

Nuestra casa es pobre; nuestra casa es triste;
no sabemos nada y hablamos en dizque;
y si acaso erramos la verdad del cuento
es por las mentiras de los pasajeros.
Todas las mejoras que tus ojos vean
están porque quiso la naturaleza.

Eso sí, la tierra es aquí una madre:
nos da pan y fuego, nos da techo y traje,
y si cae un grano, lo guarda contenta
y nos lo repone con una cosecha.
Por eso es la gente, ¡ya ves de que laya!
Hija de la tierra, es igual su alma.

Pero aquí, en confianza, te diré viajero,
no te engañes viendo nuestro aire risueño,
nuestra risa eterna es cuestión de cría;
la trajeron gente que eran de Sevilla,
pueblo donde hay mucha sal y buen humor;
mucho ha de haber sido si hasta aquí llegó.

Como te decía, pasajero amigo.
Mira no te engañe nuestro aire festivo.
Somos una raza que sufre y que calla
porque en el momento no se puede nada;
pero que se guarda toditas sus cuentas
no porque no sabe sumar, tuvo escuela,
sino porque espera cobrar en el doble
la bárbara cuenta de muchas traiciones.

Después los restantes, fueron más ladinos,
mejores sin sangre. Fingiéronse amigos.
Con perversa astucia, sus embajadores
se llevaron grandes y ricos jirones.
Hoy sólo tenemos un tercio de aquello
que fue nuestra herencia... ¡qué hermanos tan buenos!
Fueron todos, todos. Hay en las escuelas
un mapa cercado de una randa negra.

Y todavía sigue. Hoy el Paraguay
entre sus yerbales afila el puñal.
Sabe que no estamos en pie de pelea
que aquí hay una raza pacífica y buena
que la cruel codicia del conquistador,
siempre victoriosa, nos sacrificó.
Pero no recuerda cuantos enemigos
mordieron la tierra lanzando alaridos;
codicioso y necio ya no se recuerda
¡qué de llantos hubo en lejanas tierras!
Y tal vez no sabe que el Quijote, aquí
dejó su locura rebelde y viril...

¡Viajero, las gracias!... No quiero cansarte,
bien sé que tú sufres con estas maldades.
Cuando estés en medio de pueblos honrados,
que pueden llamarse de veras hermanos,
cuéntales, te ruego, la amarga leyenda
de esta pobre raza que ¡masca sus penas!.


Fuente. Libro: Poetas Cruceños. Año: 1983. Autor: Orestes Harnes Ardaya. Editorial Serrano.


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