Poesías

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» Ruber Carvalho Urey.


A Santa Cruz.


En un día cualquiera,
para que sepan las gaviotas y las lluvias que te amo.

Porque en las tejas coloniales de tus
techos nace la flor de pitajaya.

Porque llegué a tus aleros buscando
un vaso de agua para mi sed de peregrino
y me ofreciste la tinaja repleta de tus ríos.

Porque me diste un pedazo de tierra
para desenrollar mi estera de totora movima
y una sombra para mi descanso.

Porque tus horcones de madera tallada,
los balaustres de tus ventanas antiguas,
tus calles arenosas, tus patios con aljibes,
dejaron impresas sus huellas,
para siempre, en mis andares.

Porque en mi portabalayo mojeño
guardo la ternura de tu gente, tu cielo americano
color de mis mares interiores, tu acento
y tu sentir en una flor de belleza inigualable.

Porque en tus corredores la tertulia
se hizo larga y la merienda fue la pascana definitiva
de mis sueños trashumantes...

Porque siento en las manos de tu pueblo
el calor amigo con su llaneza sincera y transparente.

Porque acompaño tu crecer y recojo
tu esperanza en la esperanza de mi hija
que lleva tu horizonte en sus pupilas.

Porque eres pampa y sol, verde y azul,
miel de mieles y noche de estrellas con guitarras;
alma de trasnochador impenitente.

Porque me gusta el sabor del achachairú,
la ambaiba y la guayaba, y la espesura total
del motoyoé, tu árbol mágico.

Porque tu carcajada resuena en el surazo
y tu sonrisa se hace un canto universal
en los rostros de belleza sin par de tus mujeres.

Porque eres un puerto imaginario;
pero un puente real entre los grandes mares de la tierra.
Aquí se encuentran los cuatro puntos cardinales de la rosa
que marca el rumbo de los astros y del bohemio vagabundo.

Porque hablo tu lenguaje
y me nombro en tus sonidos.

Porque habito tus misterios
y conozco la pila bautismal de tus orígenes.

Porque en una loza escondida escribiré
mi último poema para que sea mi epitafio
que señale donde duerma para siempre
en el frescor nocturno de tu arena,
con olor a sal de un mar lejano,
recóndito y profundo...
sólo el mar en este meditar mediterráneo.

Por eso, porque tu modo de ser es mi costumbre.

¡Te amo, Santa Cruz!.


Fuente. Libro: Poetas Cruceños. Año: 1983. Autor: Orestes Harnes Ardaya. Editorial Serrano.


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